27 abril 2015

¡QUE LA MÚSICA REGRESE AL FUTURO!


Lo bonito, y sobretodo estimulante, sería tener esa visión inocente que había del futuro en la segunda mitad del siglo XX. Podríamos imaginar que la música en 2025 viaja en naves espaciales supersónicas, que los escenarios flotan en el aire mientras el público, enfundado en trajes de neón, baila ingrávido en salas cuatridimensionales o que las canciones se transfieren telepáticamente del artista al público suprimiendo intermediarios como discográficas o empresas de telefonía.



Pero si abandonamos la ciencia-ficción la cosa es más apocalíptica. ¿Habrá desaparecido el formato físico y los melómanos moriremos de tristeza? ¿Seguirán vendiéndose los discos de algún modo? ¿Habrá conciertos o los otros habrán multiplicado el IVA hasta provocar la desintegración de la industria musical?

Tenemos una ventaja: los ritmos, los cantos y las armonías llevan con nosotros desde que existimos. Y los que escribimos canciones lo hacemos fundamentalmente por una necesidad vital intrínseca a nuestra existencia. Y los que escuchamos canciones (que somos todos) lo hacemos también para llenar nuestros huecos melancólicos o ansias de baile, para alimentarnos y crecer algo más por dentro. 



Sólo podemos intuir cuál será el futuro del mercado sonoro y los creadores de letras y melodías, pero de lo que no hay duda es que de un modo u otro seguiremos disfrutando de este bien intangible pero indispensable.

Y yo me teletransportaré para subir a cualquier escenario y, si no me dejan, haré conciertos holográficos desde mi estudio, pero sobretodo seguiré cantando, y el mundo entero que por favor siga danzando.

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